Sí,
se llamaba Soledades aquella gimnasta por la que pregunta. Era una atleta
camaleónica, tremendamente versátil, y hubiese sido la mejor en las barras
asimétricas, de eso estoy seguro... Era increíble, tan elegante... Pero nunca
lo pudo demostrar ante el gran público. Un magnate ruso se cruzó en su camino
un año antes del comienzo de los Juegos Olímpicos de Atenas. Una de sus firmas
patrocinaba a nuestro equipo nacional y con ese pretexto exigió conocer a
Soledades. Traté con todas mis fuerzas de abortar esa relación, sin embargo
comprobé la poca atracción que ejerce un entrenador que exige el máximo
sacrificio cada día ante un matrimonio con alguien extremadamente rico.
En realidad no me sorprendió la irrupción de aquel pez gordo,
siempre he sabido que las gimnastas son muy codiciadas por su elasticidad. En
las camas de las mansiones esta cualidad es altamente apreciada. Nuestras
chicas son todas joyas,
patricias de amor¹. Ya sabe usted las posiciones que son capaces de adoptar
sus piernas sin dificultad. Además saben qué es la disciplina, la resistencia y
el sufrimiento… Me gusta imaginar que Soledades se ha convertido en una
inigualable amante. Siempre supo adaptarse con facilidad a cualquier superficie
y su ambición no tenía límites. Me recreo pensando que también dejó en la
estacada a aquel magnate ruso. Soledades irradiaba desparpajo, fuerza y
belleza… Era una de esas chicas nacidas para tocar lo más alto.
(¹: En
cursiva, fragmento extraído de la canción Música
para pastillas de los Redonditos de Ricota.)
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