Una de mis ocupaciones actuales es
rastrear las descripciones o, mejor dicho, recreaciones del diablo que nos
brinda la literatura. Por supuesto es un campo tremendamente vasto, Lucifer da
mucho juego cuando de arte estamos hablando.
En esta entrada comentaré el cuento de Pío
Baroja, cuya lectura recomiendo, por cierto, La dama de Urtubi. El texto está
dividido en capítulos, nueve para ser exactos, formando los primeros tres un
heterogéneo conjunto usado por Baroja para construir los cimientos de la
historia que se desarrolla de manera homogénea (y lineal) a partir de ahí, a
partir del capítulo 4, titulado Ferrería de Olaundi y que podríamos
considerarlo, sin voluntad de desmerecerlo sino todo lo contrario, un
"capítulo bisagra" en el cuento. Resumiendo, los capítulos iniciales
aportan de manera sutil (y didáctica) la información que necesita el lector con
el objetivo de facilitar su entrada en el mundo de los aquelarres, las brujas y
las cuevas del País Vasco de principios del siglo XVII.
Pero
no me entretengo más con los detalles técnicos. A trabajar con el texto:
En el primer capítulo, titulado Prólogo, no puedo no
fijarme y de esta manera no puedo no anotar y, por tanto, no puedo no contar
que aparecen dos títulos de obras que me gustaría encontrar y ver qué deparan,
sobre todo me llama la atención el segundo título (aunque sospecho que podría ser un libros inexistente). Transcribo la cita:
"He
leído varios procesos, entre ellos el de Logroño, que trae Llorente en su Historia
crítica de la Inquisición, y el de San Juan de Luz, que está contado con
detalle en el libro de Pierre de Lancre titulado Cuadro de la inconstancia
de los malos ángeles y demonios."
Como persigo las páginas dedicadas al Maligno, al Gran Jefe
de las Tinieblas, quizás no me debería dejar impresionar por "los malos
ángeles y demonios" y sin embargo considero totalmente necesario que
estas pesquisas en la producción literaria abarque también a estas criaturas
(aunque con menor ímpetu).
Reflexionando sobre lo escrito, se me ocurre que este mismo
texto que ahora leéis ahonda en el porqué es importante vislumbrar más allá de
la atrayente figura de Lucifer. Me explico: en LA DAMA DE URTUBI el diablo no
tiene un papel de protagonista, es más, podríamos decir que Baroja ni siquiera
le ha otorgado un papel secundario; y no obstante, y esto es indudable, es el
diablo quien da la potencia a la historia desde las sombras, tiznando la
ambientación y permitiendo que el Aquelarre se haga en su nombre
Es decir, Baroja (y, gracias a Baroja, yo, por ejemplo),
sabe que se conoce a alguien no sólo por quién es o quién quiere ser sino por
lo que dice o hace, además de con quien se junta, o con quien trabaja o vive, o
cuál es su morada... Y hay más a tomar en consideración... En otras palabras,
para conocer a Satán y cómo lo ve la literatura es imprescindible indagar sobre
quiénes forman su entorno. Y qué elementos conforman su simbología.
Regresando al cuento, en el capítulo 2 se habla de los
Urtubi (familia noble), preséntandonos a Leonor de Alzate, la protagonista
femenina, o sea, la dama de Urtubi.
Luego aparece el interesantísimo capítulo 3, La secta de
las sorguiñas, donde Baroja escribe por boca del narrador del cuento
verdades de esas incómodas con las jerarquías religiosas dominantes (no sólo el
cristianismo, claro). A saber:
“Como
en todas las zonas selváticas de Europa no dominadas por la ideología del
semitismo en el país vasco existía un culto en donde la mujer era sacerdotisa:
la sorguiña. En las religiones africanas nacidas en el desierto, el
hombre es el único oficiante, el profeta, el salvador, el mesías, el mahdi. La
mujer está relegada al harén, la mujer es un vaso de impurezas, la mujer es un
peligro; en cambio, en las regiones de las selvas europeas la mujer triunfa, es
médica, agorera, iluminada; se sienta sobre el sagrado trípode, habla en nombre
de la divinidad y se exalta hasta la profecía.
En los
cultos semíticos, la mujer aparece siempre proscrita de los altares, siempre
pasiva e inferior al hombre; en cambio, en las religiones primitivas de los
europeos, aun en aquellas más pobres y menos pomposas, aparece la mujer grande
y triunfadora. En la vida resplandeciente de los griegos es sacerdotisa y
sibila; en la vida oscura y humilde de los vascos es sorguiña.”
Y justo después se habla de uno de los símbolos, aunque
probablemente sea más preciso escribir representaciones, más claramente
arraigados en la cultura popular sobre la figura del diablo: el macho cabrío
negro, el Aquerra. Además Baroja, como
hace habitualmente, va más allá (aun con su estilo sobrio y preciso),
proporcionándome datos y bríos para seguir profundizando en esta tarea:
“En
los aquelarres vascos se adoraba al macho cabrío negro, al Aquerra.
¿Quién era este Aquerra? ¿Qué filiación tenía? No era, seguramente, este
macho cabrío un personaje sin tradición. Ya entre los egipcios y los griegos,
Pan y Baco tomaban las formas del gran chivo; los indios lo adoraban en la
cueva de Mendes; los antiguos persas sabían las relaciones estrechas que hay
entre los demonios y las cabras. Maimónides afirma que el culto del macho
cabrío formaba parte del sabeísmo, de la religión de los astros y de la
Naturaleza. Thor, dios escandinavo, marchaba en su carro tirado por chivos. En
época racionalista se hubiera visto en este macho cabrío negro un mito
cosmogónico; en época de fanatismo y de estupidez, se veía en él, como en todo,
a Satán.”
El cuento sigue aportando informaciones sobre las
sorguiñas, pero —no queriendo desviarme demasiado de mi cometido—
prefiero fijar mi atención en revelaciones tan extrañas como:
“—Es
asombroso —añade el magistrado Lancre— el número de demonios y de hechiceros
que hay en el país de Labourd.
¿Qué
causa podía haber producido esta inusitada aglomeración de diablos? El señor de
Lancre, hombre perspicaz, a su modo, da la siguiente explicación.
Según
él, los misioneros de las Indias y del Japón han echado de estos países a los
espíritus malignos, y los espíritus malignos se han refugiado en la tierra
vasca.
¿Por
qué habían elegido el Labourd, y no la Gascuña, el Armañac o la Turena?
(...)
—Son
gente que andan a gusto de noche, como las lechuzas; son amantes de las veladas
y de la danza, y no de la danza reposada y grave, sino de la agitada y
turbulenta .”
Para terminar el capítulo 3, el narrador se pregunta:
“¿Qué
impulsaba a las gentes a asistir a estas reuniones, a estos aquelarres?”
Su repuesta me hace recordar y pensar en la música
techno y en las fiestas Raves:
“A
unos la promesa de bacanales y de placeres, de orgías y de bailes
desenfrenados; a otros, la inclinación por lo maravilloso. Algunos acudían a la
cita a recoger de manos de una hechicera el filtro para hacerse amar; el
conjuro o el veneno para vengarse. Los pobres los desgraciados, locos de
hambre, de desesperación y de rabia, iban a los aquelarres a insultar
impunemente al rey, a la Iglesia y a los poderosos...
(…)
Y en
el fondo de estos cultos extravagantes y bárbaros, latía un anhelo de
fraternidad humana quizá mayor que en las iglesias solemnes y pomposas, llenas
de oro y pedrerías. ”
En el capítulo 4, Ferrería de Olaundi, como ya he
explicado antes, se encara y finalmente produce el paso a la trama, al cuento
propiamente dicho, y se nos presenta (entre el rumor de los martillazos de la
ferrería) al héroe, Miguel Machain. La dama de Urtubi, el cuento de Baroja es,
en definitiva, una historia de amor.
Continúo esta andadura transcribiendo dos citas que, me
parece, ilustran bien el miedo a los aquelarres anquilosado en el sentir
popular e inculcado en los lugareños por las instituciones con poder (la
iglesia principalmente):
“Jaxu,
el padre, contó que a él le habían asegurado que las sorguiñas
desenterraban a los muertos para comérselos, y que iban a hacer estas
operaciones a los cementerios, llevando como antorcha el brazo de un niño
fallecido sin bautizar, al que encienden por la parte de los dedos y que da luz
como un hacha de viento. ”
“A
esto agregó un viejo que Juanes de Echalar tenía la marca del diablo en la boca
del estómago, y que era verdugo, y que estaba encargado de azotar a los
muchachos que, habiendo ido al aquelarre contaban luego en el pueblo lo que
había pasado allí. ”
Más tarde, en el final del capítulo 6, se nos ofrece la
descripción de la entrada de la cueva de Zugarramurdi, lugar elegido para la
reunión:
“El
camino pasaba por debajo de una arcada; a la izquierda se abría la enorme boca
de la cueva, por la cual no se distinguían más que sombras. Al acostumbrarse la
pupila, se iba viendo en el suelo como una sábana negra que corría a todo lo
largo de la gruta, el arroyo del infierno, Infernucoerreca, que
palpitaba con un temblor misterioso. En la oscuridad de la caverna, brillaba,
muy en el fondo, la luz de una antorcha que agitaba alguien al ir y venir. ”
Y dentro de la cueva, capítulo 7:
“El
antro no estaba desierto; a la luz de una antorcha se veían dos viejas que
sacaban manojos de hierbas secas guardadas en un rincón e iban clasificando la
mandrágora y el beleño, el estramonio y el muérdago, el acónito y la
belladona.”
“Mientras
cenaban, empezó la cueva a llenarse de gente. (…)
Una de
las viejas recién venidas llevaba un brazado de leña en la cabeza; lo echó en
el suelo y encendió una hoguera. Después, otra se acercó al arroyo, llenó de
agua un caldero y lo colocó en el fuego sobre dos piedras.
La
vieja hechicera de la melena blanca y la corona de muérdago comenzó a echar las
hierbas en el caldero mientras murmuraba algunas palabras mágicas; las otras
formaron un corro alrededor. ”
“Graciana
de Barrenechea y Miguel de Goyburu, como reyes del aquelarre, eran los que
mandaban allí, y dispusieron que se diera de beber a todo el mundo.
Corrieron
los vasos de una mano a otra; los hombres bebieron vino y las viejas
aguardiente.
Miguel
de Goyburu y el señor de Saint-Pée iban llevando en jarras un líquido dulce,
que ofrecían a las mujeres, y que era el cocimiento de estramonio y de
mandrágora, endulzado con azúcar y aromatizado después, que habían preparado
las sorguiñas.”
Como no podía ser de otra manera, la fiesta se va
transformando en un tumulto. La cueva de Zugarramurdi alberga a gentes de todo
pelaje, numerosas hogueras, por supuesto hay músicos que no paran de tocar sus
instrumentos y bailarines frenéticos, y sin remedio de continuidad brotan
ráfagas de locura, de superstición y de erotismo.
“Una
mujer, tirada en el suelo, gritaba en vascuence contra la religión y la
Iglesia. Era una vieja escuálida, vestida de negro, iracunda y siniestra. La
gente la escuchaba, asintiendo, y los curas sonreían. Otra mujer, contrahecha,
idiotizada, una bufona, danzaba pesadamente, agitando una pandereta,
produciendo la risa de todos, y un viejo cínico seguía a las mujeres medio
desnudo.
Graciana
de Barrenechea, excitada por el líquido de las sorguiñas, comenzaba a sentir
los efectos de la mandrágora y del estramonio. Sus pupilas, dilatadas,
brillaban como las de un felino en su cara roja y sofocada.(...)
Leonor,
al ver a su amiga en aquel estado, murmuró varias veces:
—¡Dios
mío! ¡Dios mío! ¡Qué va a pasar aquí! ”
(...)
—¡Vamos!
¡Vamos! ¡Calejira! ¡Carricadantza! —gritaban los jóvenes.
—¡Aquerra!
¡Aquerra! —decían las viejas—. ¡Aquerra beti! —(Siempre aquerra.)”
Sin embargo, en determinado momento, toda esta excitación
va disminuyendo y los asistentes, por parejas, forman una fila pues se disponen
a salir de la cueva de Zugarramurdi para asistir al acto principal, la
adoración al macho cabrío negro en un prado cercano. Los tamborileros van
tocando de manera desenfrenada durante toda la travesía por lo que la comitiva,
bajo la luna, avanza por los senderos cantando, gritando y riendo a carcajadas.
Pero más tarde, cuando el encuentro con el Aquerra es inevitable, se
produce una tensa calma:
“A
la media hora de salir se llegó al prado de Berroscoberro que ya por las
cercanías comenzaban a llamar el aquelarre.
Había
que cruzar, para llegar a este prado, un camino hundido, sombrío, cubierto de
árboles espesos. Al entrar en la sombra, los gritos cesaron. Las mujeres y los
hombres iban silenciosos, excitados por el deseo y el misterio.”
Los
asistentes por fin pueden contemplar al Aquerra mientras pasan por
delate de su trono:
“La
luna, levantada encima del boscaje, iluminaba el prado y dejaba una franja de
él a la sombra. En esta parte de la sombra, sobre un montón de piedras y a la
luz de las antorchas y de las madejas de resina, se veía, en pie un gran macho
cabrío negro. A un lado y a otro de él estaban los reyes del aquelarre: Miguel
de Goyburu y Graciana de Barrenechea; a sus pies se habían agrupado las sorguiñas,
acompañadas de perros, cabras, ovejas y llevando en la mano sapos y lagartos. ”
Lo que
allí ocurre después (y qué consecuencias tiene para Leonor y Machain) me lo
guardo ya que no es mi deseo arruinar la lectura a aquellos que han decidido
acercarse al cuento de Pío Baroja La dama de Urtubi.
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