El
abismo de la felicidad
Reseña
de Estanislao M. Orozco
sobre
“Za
Za, emperador de Ibiza”, la nueva novela de Ray Loriga
Ayer,
jueves 13 de marzo de 2014, tuve, cosa inusual, la mañana para mí tras la
cancelación de un trabajo. Decidí, en un rapto de inspiración, ir a fnac y leer la nueva novela de Ray
Loriga, “Za Za, emperador de Ibiza”, que ha publicado Alfaguara. En otras
circunstancias, la hubiese comprado sin dudarlo pero, para decirlo con
suavidad, mis arcas no atraviesan su mejor momento y, además, hace años “Ya
sólo habla de amor” me había decepcionado (aun reconociendo que es una obra muy
bien escrita que desnuda la ruptura amorosa sufrida por el escritor) porque el
motor de la novela, esto es, lo del baile en la embajada Suiza, era deficiente,
una trama sin fuerza que no podía hacer andar nada. Pero regresemos a la mañana
de ayer jueves. Y ahí estoy yo, aparcando la moto, llegando a fnac, sentándome en una butaca blanca
algo sucia con “Za Za, emperador de Ibiza” entre las manos, y con cierta prisa,
lo reconozco, porque únicamente tenía unas cuatro horas para leerme la novela: eran,
en ese momento, sobre las once de la mañana y debía recoger del colegio a mis dos
hijas a las tres y media, y el colegio no estaba precisamente cerca de la fnac…
Pues bien, me puse a leer sin
demora y con el acelerador levemente presionado, una lectura que obviaba, en
consecuencia, el detalle, una lectura que no podía detenerse lo que hubiese
deseado en determinados párrafos…, lo cual ayudó a restarle profundidad a la
novela, a considerarla mero entretenimiento: un suceso no circunstancial,
relevante a todas luces, que Ray Loriga –intuyo– ha buscado y en mí,
precipitado por la exigida velocidad de la lectura, conseguido. En otras
palabras, me barrunto que Loriga ha querido engatusar al lector, incluso al
crítico ‘resultadista’[1],
con las capas superficiales de la novela, y que lo ha logrado en muchas ocasiones.
Sin embargo, si se lee con atención, o si se relee (como yo estoy haciendo
ahora mentalmente al escribir esta reseña), la profundidad es innegable: baste
recalcar que la felicidad es el abismo que sustenta la novela. Digámoslo ya, el
escritor inventa, y hace muy bien –para qué amargarse– una droga perfecta que
proporciona felicidad, una felicidad plena pues “no hay día de después” (cito
de memoria), o sea, no hay salida, o final, de la felicidad creada con la droga.
Una droga, un placebo…, ya puestos, da igual. Es cierto que también, como se ha
dicho, quizás en demasía, Loriga ha querido divertirse y divertir con “Za Za,
emperador de Ibiza”, cosa que en ocasiones logra, y un servidor no es de
carcajada fácil. Es cierto que Loriga también proporciona otras cuantas
profundidades aledañas, como la posible independencia de un territorio, la
geopolítica del narcotráfico o la neuropsicología, pero no calan demasiado porque
son necesarias únicamente para ocultar el abismo de la felicidad que sustenta
la novela, es como si Ray hubiese ideado una serie de inhibidores que
dificultasen el descenso al verdadero nivel desde el que se ha creado esta
novela, el nivel de la desesperación, tan actual, por cierto; por eso el
escritor nos engatusa con sexo, drogas, fiestas y lujo made in Ibiza, con los tópicos ibicencos, en definitiva, y que se
agradecen, no vayan a equivocarse; por eso aparecen en la novela referencias a
la DEA (Drug Enforcement Administration), a Obama, o al Dueño del Agua. Por eso se
muestra todo el oropel en primer plano, tan obvio. Pero hay que mirar más allá,
o mejor dicho, con mayor atención, enfocando los detalles. Esto me recuerda al
principio de la novela, cuando Zacarías Zaragoza, alias Za Za, el protagonista,
por supuesto, en una de esas tiendas de ropa del puerto de Ibiza, duda qué
camisa comprarse entre dos camisas a simple vista idénticas y para decidirse inspecciona
cuidadosamente las costuras de ambas, percatándose de las sutiles diferencias
en la calidad de estas. Así, ya con los ojos más abiertos, si releemos determinados
pasajes (cosa que yo estoy haciendo ahora en mi cabeza), percibimos el minucioso
trabajo del escritor para ir contando en imágenes dobles lo que en realidad
ocurre, esto es, superponer felicidad y verdad, imaginación y realidad; y
pienso ahora en la llegada del enorme yate al puerto de Ibiza, obviamente
llamado ZAZA, como la droga perfecta de la novela, cuando comienza la acción,
como también pienso ahora en el helicóptero que entrevé Za Za, despegando de
ese lujoso barco, o Zulema, la simia, y Zulema, la hermosa Lolita con dotes adivinatorias,
personaje que ve, o que ya ha probado, el futuro… Son estas, y muchas más, las
distintas capas que van dando profundidad a una novela que, en principio, se
nos antoja superficial, pero que, creo que a estas alturas queda claro, no lo
es. El escritor de cuarenta y siete años recién cumplidos ha elegido este
recurso para enfatizar ese descenso a la oscuridad de la felicidad, allí donde
es posible confrontar verdad y felicidad, la máscara con su dueño. “Za Za,
emperador de Ibiza” nos incita a replantearnos qué es la felicidad, qué
seríamos capaces de dar a cambio de una felicidad perfecta y a nuestra medida. Es
entonces cuando Ray Loriga nos saca del sueño, de su sueño, con un manotazo de
verdad, repentino, que me pareció lo mejor del libro. El escritor dinamita sin
atisbo de duda el edificio construido bien que mal por las disparatadas
aventuras de Za Za para que sea engullido hacia las profundidades en un
santiamén, como aquel impactante agujero que se llevó algunas viviendas y dos
vidas en Guatemala en 2010.
De hecho, recuerdo todavía un par de segundos –impagables–
en los que sentí cierto mareo tras esa desaparición súbita que precipita el
final de la novela e imponía, en mi caso, el regreso exprés desde las páginas del
libro hacia la realidad de las tres de la tarde, momento de encaminarme hacia
el abismo de la felicidad de tener que recoger a mis dos hijas del colegio, y que,
luego, estuviesen allí esperándome; esa felicidad imperfecta, pero de verdad, y
frágil y fugaz porque se están peleando por una hebilla del pelo de color rojo,
la misma hebilla que no les importaba nada ayer, la misma hebilla que mañana, y
en un puñado de minutos, estará tirada sin que nadie le haga caso, una hebilla
de repente muy especial e importante aunque tengan en casa cincuenta hebillas
del pelo más, también algunas rojas, de todos los colores, en realidad.
[1]
Término extraído del argot futbolero cuya significación, supongo, Ray Loriga,
gran conocedor del fútbol, habrá de apreciar en su totalidad.
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