Esta condena
«Nadie
ignora que la literatura comienza por la poesía»
Jorge Luis Borges
No
poder elegir lo conveniente,
quedar
anclado en la niebla de las páginas
rodeado
de hombres y mujeres
muertos
que
generalmente caminaron
a
tropezones por las autopistas de la vida.
No
poder delimitar los contornos,
superponer
ensueños con las palabras,
y
atacarlas,
agarrarlas
desprevenidas,
y
cortarles la salida
y
ahogar su retaguardia
para
que den de sí,
las
palabras,
para
que sufran,
pues
saben cómo se ganan las batallas.
Hay
que poner el lenguaje a sudar
y
cumplir la venganza seca
en
los libros,
estandartes
vivos de los insignes cadáveres.
Nada
restará de la poesía cuando muera el último hombre,
cuando
desaparezca la última mujer,
o,
quizás, regrese toda la poesía,
pero
toda
la
poesía,
como
al principio de los tiempos
(cuando
solo era,
y estaba,
el Verbo).
La
poesía descubierta de nuevo,
como
una angina de pecho
que
viajaba oculta en las mutaciones genéticas
de
las razas venideras de poetas.
La
poesía sustenta lo que nos hace humanos,
mantiene
la esencia
viva,
la realidad;
como
Atlas,
el
joven titán condenado por Zeus a sostener la Tierra;
los
poetas debemos cargar con la responsabilidad
de
crear el mundo
y
de mantenerlo sobre nuestros hombros.
El
poeta es como Atlas,
mas
también es un ser humano
y
en ocasiones, tristes siempre,
no
consigue cumplir su tarea
y
es vencido por el peso de sus creaciones.
Escribir
es también, por tanto, crear a ese joven titán
que
sostendrá al poema,
y
llenarlo de aliento,
dotarlo
de tamaña fuerza
que
mantenga en vuelo
suficientes
mundos de palabras.
Los
poetas debemos aplacar la tiranía de los dioses
y
evitar el arrepentimiento
como
lo evitan las estrellas.