jueves, 25 de octubre de 2012

Fernando Pessoa



290.

Las frases que nunca escribiré, los paisajes que no podré nunca describir, con qué claridad los dicto a mi inercia y los describo en mi meditación cuando, recostado, no pertenezco sino de lejos a la vida. Esculpo frases enteras, perfectas palabra por palabra, tramas de dramas se me narran construidas en el espíritu, siendo el movimiento métrico y verbal de grandes poemas con todas sus palabras, y un gran entusiasmo, como un esclavo al que no veo, me sigue en la penumbra. Pero si diera un paso desde la silla donde sepulto estas sensaciones casi perfectas hasta la mesa donde me gustaría escribirlas, las palabras huyen, los dramas mueren, del nexo vital que unió el murmullo rítmico no queda más que una saudade lejana, unos restos de sol sobre montes remotos, un viento que levantan las hojas junto al umbral desierto, un parentesco nunca revelado, la orgía de los otros, la mujer que nuestra intención nos dice que miraría hacia atrás y que no llega a existir nunca.

            Proyectos los he tenido todos. La Ilíada que compuse tuvo una lógica estructural, una concatenación orgánica de epodos que Homero no podía conseguir. La perfección estudiada en mis versos no consumados en palabras deja pobre la precisión de Virgilio y sin vigor la fuerza de Milton. Las sátiras alegóricas que hice excedieron todas ellas a Swift en la precisión simbólica de los particulares exactamente ligados. ¡Cuántos Verlaines fui!

            Y siempre que me levanté de la silla donde, a decir verdad, estas cosas no fueron soñadas en absoluto, viví la doble tragedia de saberlas nulas y de saber que no todas fueron sueño, que algo quedó de ellas en el umbral abstracto de yo pensar y ellas ser.

            Fui más genio en los sueños y menos en la vida. Mi tragedia es esta. Fui el corredor que cayó a un paso de la meta, tras haber ocupado la primera posición durante toda la carrera.
(Libro del desasosiego)




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