sábado, 26 de mayo de 2012

Oficio de tinieblas 5, en Revista de Letras




Todos los libros buscan lectores, todos los libros quieren ser leídos. Para ello han de convencer a alguien de que destine un determinado tiempo a la lectura de sus páginas. Oficio de tinieblas 5 no es una excepción; y sin embargo juega en otra categoría: la de los libros que, además, buscan escritores. Este tipo de libros no exigen ser leídos obligatoriamente del principio al final. Son libros de consulta, de captura de citas, libros que jamás se terminan y no obstante influyen en multitud de obras por su aluvión de posibilidades. También son piezas fundamentales para los estudiosos, los eruditos y los que cargan con sus tesis. En cambio, los lectores que leen por placer tropiezan con este tipo de libros ya que, quién sabe por qué, siempre (o casi) van persiguiendo una historia, unos personajes y una estructura reconocible. Y, claro, en Oficio de tinieblas 5 todos esos elementos se encuentran detrás de las brumas. Su autor, Camilo José Cela, ya lo advierte en la primera página: «naturalmente, esto no es una novela sino la purga de mi corazón». Nada más cierto. Pero la verdad no es más que una de las dos caras de la moneda. La otra es la ficción. Por eso en la siguiente página una cita de Cómo se hace una novela de Unamuno, completa la información que es perentorio proporcionar antes de comenzar: «La literatura no es más que muerte».

En otras palabras, en este libro publicado por Noguer en noviembre de 1973 el autor gallego por un lado nos abre su corazón y por el otro lado utiliza esa catarsis anímica para teorizar mediante ejemplos prácticos, las 1194 mónadas, sobre el oficio de escritor: una tarea llena de tinieblas, no hay dudas al respecto. En las páginas de Oficio de tinieblas 5 la verdad y la ficción entreveran sus influencias mientras Cela escribe sobre el hecho de escribir escribiendo textos en los que expone todo lo que generalmente se guarda en el corazón.

Imagen: libros-antiguos-alcana.com
Con esta obra CJC busca los límites de la literatura. Un esfuerzo loable para las letras españolas de aquel momento. Pero insignificante fuera de las fronteras de la piel de toro. El “rupturismo” que persigue el autor (él mismo introdujo en los debates el término «antiliteratura» y confesó que deseaba «renunciar a la maestría») había sido ya asumido en otras latitudes y longitudes del globo. Es por este motivo por el que no sorprende tanto el lenguaje descarado al referirse a la religión, al sexo o la obscenidad; ni tampoco la ausencia casi total de signos de puntuación; ni presentar un collage de textos enrevesados, muy distintos entre sí, cercanos al surrealismo, al tremendismo y a la prosa poética; ni siquiera el bordear en ocasiones la ilegibilidad por la intencionada dificultad. Mas este hecho era algo esperado: al tratar el inabarcable tema de la creación literaria no hay novedad posible. O sí, al menos en un detalle. Un detalle que en este caso aparece en el título como consecuencia de que este libro se nos presenta como un texto que no reclama nada único para sí, no reclama ninguna verdad, es únicamente una parte de un todo que se intuye inmensamente mayor. Ese todo es la creación literaria, el oficio de tinieblas. Cela sabe que en su texto compuesto por 1194 textos no está resumiendo la tarea de la literatura. Por tanto en el título de su libro más arriesgado debía dejarse claro este aspecto. Por eso añade un número, el 5. ¿Y por qué ese y no otro? El 1 se descarta sin dificultad: en este libro el autor no ofrece el primer capítulo de nada, no es una introducción, si se observa con cierta atención se comprobará que ya se han dado varios pasos y que se profundiza en los pozos y las galerías para extraer tanto los metales preciosos como el barro, sacarlo todo, y luego desechar, transformar o pulir, según el caso. Además sería absurdo colocar el 1: ese primer capítulo del oficio de tinieblas ha de escribirlo cada cual y no publicarlo nunca. ¿Y si le hubiese añadido el 2 o el 3? Entonces estas mónadas, entendidas como segunda parte o como final de trilogía, pecarían de demasiado ampulosas y crípticas. Así que debía de decantarse por un número superior a 3. Podría haber subido varios peldaños y adosado el 8, el 9 o incluso el 10, pero habría empequeñecido su labor, que según hizo saber el propio autor fue labor ardua, pues trabajó en este libro “entre el día de difuntos de 1971 y la semana santa de 1973” con una dedicación absoluta y absorbente (como ha de ser, por otra parte) ya que se construyó en un rincón de su estudio, gracias a un biombo tapizado de negro mate, un lugar para escribir que le cortaba cualquier comunicación con el exterior de manera que todo lo que saliese de su mano pasase antes por su cabeza sin contaminación externa. Restaban el 4, el 5, el 6 o el 7. Eligió el 5. En realidad es el que mejor queda. Además no hay quinto malo.

Pues bien, en este quinto capítulo sobre la creación literaria, en Oficio de tinieblas 5, terreno sembrado de muerte donde confluyen prosa y poesía, Camilo José Cela reniega del camuflaje mientras escribe, se muestra sin pudor, aunque no es él mismo quien habla ya que el narrador se nos presenta detrás del “tú”, de la segunda persona, que explica el desdoblamiento entre la ficción y la realidad, o de la persona y el escritor. Por otra parte, no existen localizaciones, descripciones geográficas, la estructura es cerrada, opresiva, todo el libro se desarrolla en un círculo mental y mortal. Los personajes aparecen y desaparecen sin orden aparente: tuprimo, maría muñón, ivón hormisdas, ulpiano el lapidario, la mujer vestida de coronel prusiano, el barón de la conjuntivitis y el lunar color naranja y muchos más. En cuanto a la historia, hay que recordar que el propio autor definió a Oficio de tinieblas 5 como “novela de tesis”, esto es, novela que demanda un estudio pormenorizado para revelar todas sus claves.
En este punto, como ensayo poético y visceral, como elucubración sobre la literatura, no podían faltar las definiciones más o menos encubiertas, más o menos acertadas, de la pulsión escritora. Destaco la siguiente:
Camilo José Cela (foto: Iberlibro.com)
«el oficio de tinieblas que no es el infierno y sus demonios aunque sí pueda parecer su pasión y su máscara su antifaz de color cuaresma amarillo morado con ribetes de verde lechuga en el que se guarecen los hombres para llorar a solas la pálida lágrima de la vergüenza».
En conclusión, Oficio de tinieblas 5 es el testamento de un escritor que muere para poder seguir escribiendo. La muerte cubre toda la obra, su latente opresión posibilita la existencia de la escritura. La muerte es el elemento que citaríamos si tuviésemos que escoger a uno solo entre los elementos que dan cohesión al libro. Además —bien es sabido— la muerte provee el final. Un final en el sentido de un destino, en el sentido de la fuerza que crea el movimiento de la acción literaria condenada a concluir. Todo movimiento está sentenciado. Una novela, aunque sea una antinovela, no puede escapar a tal ley. Debe morir en cuanto le falte la energía. Los artículos también. El mundo sería una balsa de aceite insufrible si reinase la inercia, si la vida discurriese por un plano perfectamente horizontal, perfectamente pulido. Por suerte, existe el rozamiento ya que lo que cargamos, nuestro peso repleto de lastre, hace que entremos en contacto con nuestro entorno, dando y recibiendo influencias, posibilitando el juego como también trayendo la necesidad de nuevos estímulos para continuar. La literatura, y este libro en concreto es un claro ejemplo, propicia y dificulta al mismo tiempo esta propulsión, es decir, sirve para purgarse, pero más tarde se recrea en lo purgado.

jueves, 24 de mayo de 2012

Hubiera sido mejor ser derrotado a tiempo




No, no ames, te acabará estrangulando la consciencia,
ese minúsculo estandarte abisal,
te robará la fuerza que atesoras;
no, no ames más, no ames nunca,

terminará por ahogarte,

finalizará con tus pulmones, asfixiándote,
no permitas que el melodioso pero falaz
canto de sus sirenas te embelese,
ejecuta el hieratismo, la sordera,

aprende de las momias, de los espejos, de los instantes.

No, jamás bebas de esa copa emponzoñada,
nunca merece el amor que desnudes tu alma.
No, no ames nunca, aguanta,
di cien mil veces, di un millón de veces

¡no amo nada, no amo a nadie!

es como una letanía de seda, es el ensalmo predilecto.
Niega, niega siempre lo que es mentira,
pero sobre todo niega lo que es verdad,
niega la salvación, niega la luz, niega la vida,

niega el amor,

el hombre únicamente es infiel consigo mismo.
El amor no es lo que se dice,
el amor no es dádiva, el amor no es entrega.
No, no ames, no ames nunca, renuncia al amor,

finiquitará tu salud,

estrujará tus tripas, maltratará a tu cerebro,
no, no pronuncies su nombre, se beberá tu sangre,
parasitará tus intestinos, absorberá tu voz,
no permitas que crezca su anhelo,

no, no te dejes llevar, resiste

o pisoteará tu rostro,
se comerá tus manos, subastará tu historia,
acabarás en prisión, amordazado.
No, no ames nunca, no ames más,

no ames a nadie.

Niégate el denuedo, niégate los besos.
El amor no es lo que se comenta,
el amor no es dulce, el amor no es bello.
No, jamás ames, no permitas su existencia,

no cedas, vence, triunfa,

aprende de las estatuas, de los mares, de los instantes.
Nunca desees, nunca comprendas,
no llames a sus puertas,
asesinará a tus ojos, te romperá los brazos,

olvidarás cómo llegaste, recordarás cómo perderte

y serás lo que imaginas cuando no sueñas.
Jamás ames, jamás ames a nadie,
no te restará nada, serás una mancha,
el amor cancelará el pasado,

el amor creará el presente,

el amor impondrá el futuro.
No hay resquicio,
no pronuncies su nombre,
en sus dominios no hay más que cadáveres,

muere, muere, renuncia al amor, entrégate a la muerte.







lunes, 21 de mayo de 2012

Libro del desasosiego (fragmento)



"Los clasificadores de cosas, que son aquellos hombres de cuya ciencia consiste solo en clasificar, ignoran, en general, que lo clasificable es infinito y que por tanto no puede ser clasificado. Pero lo que más me pasma es que ignoran la existencia de cosas desconocidas clasificables, cosas del alma y de la consciencia que están en los intersticios del conocimiento.

Tal vez porque yo pienso demasiado o sueño excesivamente, lo cierto es que no distingo entre la realidad que existe y el sueño, que es en realidad inexistente. Y así voy intercalnado en mis meditaciones sobre el cielo y la tierra cosas que no brillan al sol ni se pisan con los pies-maravillas fluidas de la imaginación.

Me doro de ocasos supuestos, pero lo supuesto está vivo en la suposición. Me alegro por causa de imaginarias brisas, pero lo imaginario vive cuando es imaginado. Tengo alma en virtud de diversas hipótesis, pero esas hipótesis tienen alma propia, y me regalan por eso la que tienen."





lunes, 14 de mayo de 2012

Ella



Ella quiere un helado de fresa. Aunque estemos a diez grados bajo cero, aunque sean las tres y diecisiete de la mañana, aunque nadie hable nuestra lengua en esta maldita Moscú, aunque el coche se haya calado en medio de una calle tan desconocida como cualquiera a nuestro alrededor, aunque hayamos salido del hotel en busca de cocaína, aunque se nos acerquen cuatro tipos exhalando grandes chorros de vaho mientras hablan entre ellos que lo mismo nos dan cuatro gramos que cuatro tiros, ella quiere un helado de fresa.




miércoles, 9 de mayo de 2012

Edward Hopper: El tiro de gracia al Sueño Americano en Revista de Letras


Edward Hopper: El tiro de gracia al Sueño Americano

Por | Destacados | 7.05.12 


 

Hay quien afirma que las cosas al ser nombradas por primera vez pierden gran parte de su poder. Se podría incluso sostener que mientras los conceptos viajan por el inconsciente colectivo son realmente poderosos. Sin embargo, siempre aparece alguien que siente la necesidad de ponerle un nombre a esa realidad que la mayoría, de alguna manera, conoce. Así ocurrió en 1931 cuando James Truslow Adams en su libro The Epic of America escribió “American Dream” y en esas dos palabras condensó aquella idea que, entre otros logros, había posibilitado la creación de la nación más poderosa del planeta.

El término, por supuesto, se popularizó con inmediatez. Se podría pensar que este hecho iba a propiciar el inicio de una etapa de plenitud de los ideales que sustentaban el Sueño Americano. No obstante, lo que estaba aconteciendo era justamente lo contrario, es decir, se estaba completando el proceso de su extinción. Pero casi nadie se percató de ello.

No es casualidad que J. T. Adams encontrase el sustantivo y el adjetivo adecuados tan sólo dos años después del crack bursátil de 1929. La parafernalia que acompañaba al Sueño Americano fue clave para conseguir poner de nuevo en pie al coloso. En determinadas manos, las palabras, las explicaciones vertidas sobre el papel pueden alcanzar una precisión que roza la belleza. Pero la población estadounidense había despertado al verse sumida en la Gran Depresión y les era sumamente sencillo comprobar que esa realidad que se ensalzaba (apelando al orgullo nacional) ya no poseía el brillo, la verdad, de antaño. Mientras el mundo se sorprendía con la fuerza del término, con su vigencia, el Sueño Americano mostraba su debilidad en los interiores de las habitaciones de hotel, cafeterías, cines o apartamentos de clase media.


Este desfase entre la teoría erudita y la realidad anónima, acrecentado a partir de los años cuarenta al comenzar la nueva ola de bonanza económica, fue lo que Edward Hopper supo ver y plasmar en sus obras antes y mejor que nadie. Es decir, cuando el Sueño Americano resurgía apoyado en la maquinaria mediática  y parecía absolutamente invencible, este pintor nacido en Nyack, en 1882, se atrevió a decir desde la posición de artista reconocido (que se había ganado a pulso) que se estaba dando de comer a un moribundo, pues el Sueño Americano tenía los días contados.

El estilo de Hopper es sobrio, nada dado a excentricidades, y sus composiciones son simples porque no quiere distraer nuestra mirada con interferencias estilísticas. Él persigue que nos planteemos qué estará pensando esa empleada que fija su mirada en el suelo mientras los espectadores contemplan una película (‘Cine en New York’, 1939); o adónde miran los hombres cuando no miran nada, como el personaje de ‘Digresión filosófica’, 1959, que aparece sentado sobre el borde de una cama, junto a un libro abierto y dándole la espalda a una mujer semidesnuda que tendida parece descansar.

Además Edward Hopper es capaz de pintar lo que no se ve, lo que flota alrededor de sus personajes. Y ese aire que percibimos en sus cuadros no es algo etéreo, liviano o agradable, sino que es algo que pesa y oprime los cuerpos y las almas. Pareciera que no hay escapatoria posible. Hasta que descubrimos que prácticamente todos sus personajes están reflexionando sobre sus vidas, ya sea con mayor o menor intensidad. En otras palabras, el mundo que sustenta las pinturas de Hopper es el mundo del pensamiento.

Sus personajes no saben que el Sueño Americano está herido de muerte y aguardando el tiro de gracia, al contrario, para ellos goza de una vitalidad inusitada; no obstante se dicen, o se callan, una y otra vez, que sus vidas y sus trabajos se han transformado en algo toscamente rutinario. Estos hombres y mujeres desean escapar del cansancio crónico de ofrecer su libertad en pos de la Libertad que rellena libros y noticias pero que no perciben cuando miran hacia afuera y que sólo ven cuando miran hacia adentro. Edward Hopper trabajó con ahínco buscando la perfecta representación de ese pensamiento que aglutinaba todos los pensamientos de sus personajes: el anónimo final del Sueño Americano.



domingo, 6 de mayo de 2012

Devil



La tengo delante y se toca las tetas por encima del vestido cuando habla conmigo, como si con ella no fuera la cosa... No estoy haciendo lo que debo, no estoy escribiendo. Pero no me siento mal, sólo miro a ambos lados protegiendo mi alma. Regreso a su escote. Entonces se ríe, maliciosa, y sus ojos me prometen lo que saben que no me van a dar. Los guionistas no deberíamos conocer a las actrices protagonistas.
Todo el equipo de filmación nos observa. Es temprano por la mañana y han terminado los preparativos. Ellos se han de centrar únicamente en una serie de consignas, ya sean habladas o escritas, que han de aprender o que han de obedecer. En cambio, yo invento este mundo aquí y ahora y luego en mi habitación, con las palabras. Entre ellos soy una isla prodigiosa. Saben que conmigo no pueden. Aun así, la vigilancia, los juicios, la consciencia de los demás y los marcapasos me intimidan porque mis puntos flacos son demasiado fuertes. En mi película, la película que están rodando a partir de mi guión (el mismo guión que he de reescribir cada día), se verá esa debilidad que hay dentro de mí. Se verá al Diablo, por tanto. Diablo en inglés se dice Devil. Esto es, Débil con faltas de ortografía: sin tilde y con “v” en vez de “b”.
Aparecen las chicas de maquillaje pues han de darles los últimos retoques a los actores que van a tomar parte en la primera toma de la jornada. Son unas chicas estupendas, siempre cargando con sus frasquitos y potingues. Y con todas esas pastillas escondidas en los dobles fondos de sus bolsos. Estar colocado en este rodaje se ha vuelto obligatorio. Me quedan tantas escenas por corregir que o me drogo o no llego a tiempo a ningún sitio. Debería pasar más horas delante del portátil, o por lo menos más horas en mi habitación…, joder, si hasta me pagan una suite en el centro de la ciudad para que pueda escribir… En cambio, renuncio a esas comodidades y prefiero venir cada mañana a este maldito rodaje para ver si rodeado de tanta gente creativa se me pega algo. Jajajajaja. Sí, me río sólo de mis propias estupideces desde hace muchos años.