miércoles, 24 de octubre de 2012

César Dávila Andrade


ATEMPORAL



Ninguna hora. Caminantes y confines
del espacio marchan sin ser,
unidos en lo blanco,
tocados por el tictac de las cosas totales.
No pueden dividir el «somos» ni la respiración.
Piensan en las oportunidades
y en esos claros entre dos obstáculos,
como en un hipo de la voluntad.
No saben que hay un río
que va de las nociones a la Nada.
Sus uñas tienen un declive
de pétalos,
cuando se miran los carnales vidrios
en que terminan.
Unidos,
el supremo peso sienten
de la infinita clueca
que trasmite el mismo don
a la piedra preciosa de cien cabezas.
Y, en una expansión de blancura,
caen del Tiempo y el vuelo queda en vilo,
deshecho de pretérito y futuro.



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