domingo, 29 de enero de 2012
Lo único que necesita Dios es llegar a ser Dios, cada vez más
—Ayer terminé “Trópico de Capricornio”.
—¿Y eso qué es?
—Un libro, con palabras...
—Vale, vale, tampoco te pases, guapa. ¿Y qué, te gustó?
—Sí, mucho. Pero no es eso, es que hay una frase en ese libro que no me suelta.
—¿Cómo que no te suelta, habla más claro?
—Sí, hombre, que la tengo todo el santo día en la cabeza, dando vueltas como una noria.
—Vaya, como una noria, a mí me gustan las norias, una vez me quedé dormido en una noria y ...
—Oye, Luis, ¿no te interesa saber cuál es la frase de Henry Miller que no me suelta?
—Esto..., claro, dispara.
—Lo único que necesita Dios es llegar a ser Dios, cada vez más.
—Joder...
—¿Cañera, verdad?
—Muy fuerte, sí. Por cierto, ¿qué quiere decir?
sábado, 28 de enero de 2012
Un asunto crucial, supongo
—¿Qué te parece Dios?
—Joder, Loli, no se puede preguntar por Dios así, como si fuese esa falda que llevas.
—¿Y por qué no?
—Yo que sé..., porque es un asunto crucial, supongo.
—¿Pero qué te parece? Venga, Encarna, que tú puedes..., te parece bien, te parece mal, quizá piensas que es cruel, o ciego...
—Pero qué ciego ni qué niño muerto... El problema no es ese… Mira, en estos casos, lo primero que deberías preguntarme es si creo en Dios.
—¿Crees en Dios, Encarna?
—No.
viernes, 27 de enero de 2012
Dios ha de ser una mujer
—Dios ha de ser una mujer.
—¡Pero qué dices!... Dios no es ni hombre ni mujer.
—¿Y entonces qué es…, un caballo?
—Joder, Macu, no…, tampoco… Dios no es nada.
—Oye, ¿a ti te parece una respuesta creíble eso de “Dios no es nada”?
—Dios no es algo palpable, físico, no es un objeto inerte ni un ser vivo; y por no ser nada, por no ser ninguna cosa, es por lo que igualmente se puede afirmar que Dios es todo.
—Vaya, ahora me sales con que “Dios es todo”, pero ya te he pillado porque ¿qué ha pasado con lo de “Dios no es nada”?
—Ambas definiciones significan lo mismo.
—¿Sí? ¿Y qué significan, listillo, porque yo no lo comprendo?
—Es como si estuviésemos jugando al escondite en el Universo, el ser humano buscando respuestas, procurando luz en este vacío, y Dios oculto en su cubil, disponiéndolo todo para ser el último, o como a ti te gustaría, la última, en dejarse atrapar.
martes, 24 de enero de 2012
El Diccionario del Diablo, de Ambrose Bierce
En 1861 Ambrose Bierce, con 19 años, se alistó como voluntario en el Ejército de la Unión. La Guerra de Secesión le ofreció el espectáculo de una humanidad estúpida y cruel, quedando, tras esa experiencia en el frente, estremecido por la capacidad de los hombres para buscar ávidamente la manera de masacrar a sus semejantes con mayor eficacia.
Además fue un escritor marcado por una infancia sórdida en una cabaña en Ohio junto a sus padres, granjeros de fe calvinista, y a sus doce hermanos (él fue el décimo de los trece hijos). Durante toda su vida conservó un fuerte odio para todos los suyos, tomando especial relevancia el odio sentido hacia su padre, que trató de exorcizar en su escritura con la descripción de varios parricidios.
Su estilo está dominado claramente por la ironía, con un humor ácido y mordaz. La misantropía y el pesimismo son dos características que también saltan a la vista al leer sus escritos. Además ejerció de crítico corrosivo de la corrupción política en EE.UU. Y de lúcido observador del caótico devenir de la humanidad.
sábado, 14 de enero de 2012
Stefan Zweig. El escritor, la guerra y la muerte.
Stefan Zweig (Austria, 1881-Brasil, 1942) no consiguió
cambiar el mundo escribiendo. Quizás lo pretendiese durante cierto tiempo, pero
más tarde debió claudicar ante la imposibilidad de aquella tarea. En realidad,
el escritor austriaco se veía a sí mismo como un intermediario entre las
distintas culturas existentes en Europa. No cesó de explorar el panorama
cultural europeo. Su asombroso intercambio epistolar con los intelectuales más
influyentes de su época –más de 20.000 cartas privadas– no deja lugar a las
dudas. En otras palabras, Stefan Zweig fue un gran europeísta, viajero
entusiasta, acérrimo defensor de la comunidad intelectual europea y enemigo de
las doctrinas nacionalistas.
De esta manera, como hombre de letras comprometido, tradujo
por primera vez al alemán obras de escritores totalmente desconocidos en
Austria como Émile Verhaeren o Romain Rolland, con quienes mantuvo una estrecha
amistad. También escribió biografías y ensayos sobre autores que, como él,
transmitían un «pensamiento europeo».
Estas convicciones cosmopolitas se vieron sometidas a una
dura prueba cuando, en 1914, estalló la Primera Guerra Mundial. Fue movilizado
por el ejército austriaco por un período de tres años aunque no llegó a pisar
el campo de batalla puesto que fue declarado no apto para el combate. En 1917, aprovechando un permiso de dos
meses, se trasladó a Suiza en donde se exilió. Ese mismo año la editorial Insel
publicó su obra dramática ‘Jeremías’, de marcado carácter antibélico. Sus ideas
pacifistas, otro de los rasgos que definieron su personalidad, se habían
consolidado en su interior como respuesta a la turbulenta realidad europea de
aquellos días.

Sin embargo, no tardaron en volver a torcerse los
acontecimientos en Europa. En 1933, Adolf Hitler fue nombrado Canciller de
Alemania. Stefan Zweig, de origen judío (aunque no fue educado en esa religión),
fue estigmatizado como no ario por el
régimen nazi que prohibió sus libros en 1936.
Tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial, Zweig, junto a
su segunda mujer, su joven secretaria Charlotte Altmann, se trasladó a París
para, desde allí, viajar a Inglaterra donde obtuvo la ciudadanía. En 1940
emigró a los Estados Unidos, pero fijó su residencia finalmente en Brasil. En
1941 escribió ‘Novela de ajedrez’, ‘La tierra del futuro’ y ‘El mundo de ayer’,
su autobiografía, que tuvo que ser publicada póstumamente ya que el 22 de
febrero de 1942, en Petrópolis, Stefan Zweig y Charlotte Altmann se suicidaron.

jueves, 12 de enero de 2012
Las naderías, la estupidez y la escritura
"A mí me encantan las naderías, porque dicen
la verdad sobre la vida, y porque en ellas descansa
mi ánimo en este fin de siglo que es una apoteósis
misma de la estupidez con mayúsculas."
la verdad sobre la vida, y porque en ellas descansa
mi ánimo en este fin de siglo que es una apoteósis
misma de la estupidez con mayúsculas."
(Enrique Vila-Matas, en "Momentos estelares de almas amigas")
El arma de Enrique.
lunes, 9 de enero de 2012
No hay poesía en esta ciudad
Ser un ser humano consiste
desde el primer atisbo
desde el primer llanto
en elegir cómo perder el paraíso.
domingo, 8 de enero de 2012
El Aquelarre en el cuento "La dama de Urtubi"
Una de mis ocupaciones actuales es
rastrear las descripciones o, mejor dicho, recreaciones del diablo que nos
brinda la literatura. Por supuesto es un campo tremendamente vasto, Lucifer da
mucho juego cuando de arte estamos hablando.
En esta entrada comentaré el cuento de Pío
Baroja, cuya lectura recomiendo, por cierto, La dama de Urtubi. El texto está
dividido en capítulos, nueve para ser exactos, formando los primeros tres un
heterogéneo conjunto usado por Baroja para construir los cimientos de la
historia que se desarrolla de manera homogénea (y lineal) a partir de ahí, a
partir del capítulo 4, titulado Ferrería de Olaundi y que podríamos
considerarlo, sin voluntad de desmerecerlo sino todo lo contrario, un
"capítulo bisagra" en el cuento. Resumiendo, los capítulos iniciales
aportan de manera sutil (y didáctica) la información que necesita el lector con
el objetivo de facilitar su entrada en el mundo de los aquelarres, las brujas y
las cuevas del País Vasco de principios del siglo XVII.
Pero
no me entretengo más con los detalles técnicos. A trabajar con el texto:
En el primer capítulo, titulado Prólogo, no puedo no
fijarme y de esta manera no puedo no anotar y, por tanto, no puedo no contar
que aparecen dos títulos de obras que me gustaría encontrar y ver qué deparan,
sobre todo me llama la atención el segundo título (aunque sospecho que podría ser un libros inexistente). Transcribo la cita:
"He
leído varios procesos, entre ellos el de Logroño, que trae Llorente en su Historia
crítica de la Inquisición, y el de San Juan de Luz, que está contado con
detalle en el libro de Pierre de Lancre titulado Cuadro de la inconstancia
de los malos ángeles y demonios."
Como persigo las páginas dedicadas al Maligno, al Gran Jefe
de las Tinieblas, quizás no me debería dejar impresionar por "los malos
ángeles y demonios" y sin embargo considero totalmente necesario que
estas pesquisas en la producción literaria abarque también a estas criaturas
(aunque con menor ímpetu).
Reflexionando sobre lo escrito, se me ocurre que este mismo
texto que ahora leéis ahonda en el porqué es importante vislumbrar más allá de
la atrayente figura de Lucifer. Me explico: en LA DAMA DE URTUBI el diablo no
tiene un papel de protagonista, es más, podríamos decir que Baroja ni siquiera
le ha otorgado un papel secundario; y no obstante, y esto es indudable, es el
diablo quien da la potencia a la historia desde las sombras, tiznando la
ambientación y permitiendo que el Aquelarre se haga en su nombre
Es decir, Baroja (y, gracias a Baroja, yo, por ejemplo),
sabe que se conoce a alguien no sólo por quién es o quién quiere ser sino por
lo que dice o hace, además de con quien se junta, o con quien trabaja o vive, o
cuál es su morada... Y hay más a tomar en consideración... En otras palabras,
para conocer a Satán y cómo lo ve la literatura es imprescindible indagar sobre
quiénes forman su entorno. Y qué elementos conforman su simbología.
Regresando al cuento, en el capítulo 2 se habla de los
Urtubi (familia noble), preséntandonos a Leonor de Alzate, la protagonista
femenina, o sea, la dama de Urtubi.
Luego aparece el interesantísimo capítulo 3, La secta de
las sorguiñas, donde Baroja escribe por boca del narrador del cuento
verdades de esas incómodas con las jerarquías religiosas dominantes (no sólo el
cristianismo, claro). A saber:
“Como
en todas las zonas selváticas de Europa no dominadas por la ideología del
semitismo en el país vasco existía un culto en donde la mujer era sacerdotisa:
la sorguiña. En las religiones africanas nacidas en el desierto, el
hombre es el único oficiante, el profeta, el salvador, el mesías, el mahdi. La
mujer está relegada al harén, la mujer es un vaso de impurezas, la mujer es un
peligro; en cambio, en las regiones de las selvas europeas la mujer triunfa, es
médica, agorera, iluminada; se sienta sobre el sagrado trípode, habla en nombre
de la divinidad y se exalta hasta la profecía.
En los
cultos semíticos, la mujer aparece siempre proscrita de los altares, siempre
pasiva e inferior al hombre; en cambio, en las religiones primitivas de los
europeos, aun en aquellas más pobres y menos pomposas, aparece la mujer grande
y triunfadora. En la vida resplandeciente de los griegos es sacerdotisa y
sibila; en la vida oscura y humilde de los vascos es sorguiña.”
Y justo después se habla de uno de los símbolos, aunque
probablemente sea más preciso escribir representaciones, más claramente
arraigados en la cultura popular sobre la figura del diablo: el macho cabrío
negro, el Aquerra. Además Baroja, como
hace habitualmente, va más allá (aun con su estilo sobrio y preciso),
proporcionándome datos y bríos para seguir profundizando en esta tarea:
“En
los aquelarres vascos se adoraba al macho cabrío negro, al Aquerra.
¿Quién era este Aquerra? ¿Qué filiación tenía? No era, seguramente, este
macho cabrío un personaje sin tradición. Ya entre los egipcios y los griegos,
Pan y Baco tomaban las formas del gran chivo; los indios lo adoraban en la
cueva de Mendes; los antiguos persas sabían las relaciones estrechas que hay
entre los demonios y las cabras. Maimónides afirma que el culto del macho
cabrío formaba parte del sabeísmo, de la religión de los astros y de la
Naturaleza. Thor, dios escandinavo, marchaba en su carro tirado por chivos. En
época racionalista se hubiera visto en este macho cabrío negro un mito
cosmogónico; en época de fanatismo y de estupidez, se veía en él, como en todo,
a Satán.”
El cuento sigue aportando informaciones sobre las
sorguiñas, pero —no queriendo desviarme demasiado de mi cometido—
prefiero fijar mi atención en revelaciones tan extrañas como:
“—Es
asombroso —añade el magistrado Lancre— el número de demonios y de hechiceros
que hay en el país de Labourd.
¿Qué
causa podía haber producido esta inusitada aglomeración de diablos? El señor de
Lancre, hombre perspicaz, a su modo, da la siguiente explicación.
Según
él, los misioneros de las Indias y del Japón han echado de estos países a los
espíritus malignos, y los espíritus malignos se han refugiado en la tierra
vasca.
¿Por
qué habían elegido el Labourd, y no la Gascuña, el Armañac o la Turena?
(...)
—Son
gente que andan a gusto de noche, como las lechuzas; son amantes de las veladas
y de la danza, y no de la danza reposada y grave, sino de la agitada y
turbulenta .”
Para terminar el capítulo 3, el narrador se pregunta:
“¿Qué
impulsaba a las gentes a asistir a estas reuniones, a estos aquelarres?”
Su repuesta me hace recordar y pensar en la música
techno y en las fiestas Raves:
“A
unos la promesa de bacanales y de placeres, de orgías y de bailes
desenfrenados; a otros, la inclinación por lo maravilloso. Algunos acudían a la
cita a recoger de manos de una hechicera el filtro para hacerse amar; el
conjuro o el veneno para vengarse. Los pobres los desgraciados, locos de
hambre, de desesperación y de rabia, iban a los aquelarres a insultar
impunemente al rey, a la Iglesia y a los poderosos...
(…)
Y en
el fondo de estos cultos extravagantes y bárbaros, latía un anhelo de
fraternidad humana quizá mayor que en las iglesias solemnes y pomposas, llenas
de oro y pedrerías. ”
En el capítulo 4, Ferrería de Olaundi, como ya he
explicado antes, se encara y finalmente produce el paso a la trama, al cuento
propiamente dicho, y se nos presenta (entre el rumor de los martillazos de la
ferrería) al héroe, Miguel Machain. La dama de Urtubi, el cuento de Baroja es,
en definitiva, una historia de amor.
Continúo esta andadura transcribiendo dos citas que, me
parece, ilustran bien el miedo a los aquelarres anquilosado en el sentir
popular e inculcado en los lugareños por las instituciones con poder (la
iglesia principalmente):
“Jaxu,
el padre, contó que a él le habían asegurado que las sorguiñas
desenterraban a los muertos para comérselos, y que iban a hacer estas
operaciones a los cementerios, llevando como antorcha el brazo de un niño
fallecido sin bautizar, al que encienden por la parte de los dedos y que da luz
como un hacha de viento. ”
“A
esto agregó un viejo que Juanes de Echalar tenía la marca del diablo en la boca
del estómago, y que era verdugo, y que estaba encargado de azotar a los
muchachos que, habiendo ido al aquelarre contaban luego en el pueblo lo que
había pasado allí. ”
Más tarde, en el final del capítulo 6, se nos ofrece la
descripción de la entrada de la cueva de Zugarramurdi, lugar elegido para la
reunión:
“El
camino pasaba por debajo de una arcada; a la izquierda se abría la enorme boca
de la cueva, por la cual no se distinguían más que sombras. Al acostumbrarse la
pupila, se iba viendo en el suelo como una sábana negra que corría a todo lo
largo de la gruta, el arroyo del infierno, Infernucoerreca, que
palpitaba con un temblor misterioso. En la oscuridad de la caverna, brillaba,
muy en el fondo, la luz de una antorcha que agitaba alguien al ir y venir. ”
Y dentro de la cueva, capítulo 7:
“El
antro no estaba desierto; a la luz de una antorcha se veían dos viejas que
sacaban manojos de hierbas secas guardadas en un rincón e iban clasificando la
mandrágora y el beleño, el estramonio y el muérdago, el acónito y la
belladona.”
“Mientras
cenaban, empezó la cueva a llenarse de gente. (…)
Una de
las viejas recién venidas llevaba un brazado de leña en la cabeza; lo echó en
el suelo y encendió una hoguera. Después, otra se acercó al arroyo, llenó de
agua un caldero y lo colocó en el fuego sobre dos piedras.
La
vieja hechicera de la melena blanca y la corona de muérdago comenzó a echar las
hierbas en el caldero mientras murmuraba algunas palabras mágicas; las otras
formaron un corro alrededor. ”
“Graciana
de Barrenechea y Miguel de Goyburu, como reyes del aquelarre, eran los que
mandaban allí, y dispusieron que se diera de beber a todo el mundo.
Corrieron
los vasos de una mano a otra; los hombres bebieron vino y las viejas
aguardiente.
Miguel
de Goyburu y el señor de Saint-Pée iban llevando en jarras un líquido dulce,
que ofrecían a las mujeres, y que era el cocimiento de estramonio y de
mandrágora, endulzado con azúcar y aromatizado después, que habían preparado
las sorguiñas.”
Como no podía ser de otra manera, la fiesta se va
transformando en un tumulto. La cueva de Zugarramurdi alberga a gentes de todo
pelaje, numerosas hogueras, por supuesto hay músicos que no paran de tocar sus
instrumentos y bailarines frenéticos, y sin remedio de continuidad brotan
ráfagas de locura, de superstición y de erotismo.
“Una
mujer, tirada en el suelo, gritaba en vascuence contra la religión y la
Iglesia. Era una vieja escuálida, vestida de negro, iracunda y siniestra. La
gente la escuchaba, asintiendo, y los curas sonreían. Otra mujer, contrahecha,
idiotizada, una bufona, danzaba pesadamente, agitando una pandereta,
produciendo la risa de todos, y un viejo cínico seguía a las mujeres medio
desnudo.
Graciana
de Barrenechea, excitada por el líquido de las sorguiñas, comenzaba a sentir
los efectos de la mandrágora y del estramonio. Sus pupilas, dilatadas,
brillaban como las de un felino en su cara roja y sofocada.(...)
Leonor,
al ver a su amiga en aquel estado, murmuró varias veces:
—¡Dios
mío! ¡Dios mío! ¡Qué va a pasar aquí! ”
(...)
—¡Vamos!
¡Vamos! ¡Calejira! ¡Carricadantza! —gritaban los jóvenes.
—¡Aquerra!
¡Aquerra! —decían las viejas—. ¡Aquerra beti! —(Siempre aquerra.)”
Sin embargo, en determinado momento, toda esta excitación
va disminuyendo y los asistentes, por parejas, forman una fila pues se disponen
a salir de la cueva de Zugarramurdi para asistir al acto principal, la
adoración al macho cabrío negro en un prado cercano. Los tamborileros van
tocando de manera desenfrenada durante toda la travesía por lo que la comitiva,
bajo la luna, avanza por los senderos cantando, gritando y riendo a carcajadas.
Pero más tarde, cuando el encuentro con el Aquerra es inevitable, se
produce una tensa calma:
“A
la media hora de salir se llegó al prado de Berroscoberro que ya por las
cercanías comenzaban a llamar el aquelarre.
Había
que cruzar, para llegar a este prado, un camino hundido, sombrío, cubierto de
árboles espesos. Al entrar en la sombra, los gritos cesaron. Las mujeres y los
hombres iban silenciosos, excitados por el deseo y el misterio.”
Los
asistentes por fin pueden contemplar al Aquerra mientras pasan por
delate de su trono:
“La
luna, levantada encima del boscaje, iluminaba el prado y dejaba una franja de
él a la sombra. En esta parte de la sombra, sobre un montón de piedras y a la
luz de las antorchas y de las madejas de resina, se veía, en pie un gran macho
cabrío negro. A un lado y a otro de él estaban los reyes del aquelarre: Miguel
de Goyburu y Graciana de Barrenechea; a sus pies se habían agrupado las sorguiñas,
acompañadas de perros, cabras, ovejas y llevando en la mano sapos y lagartos. ”
Lo que
allí ocurre después (y qué consecuencias tiene para Leonor y Machain) me lo
guardo ya que no es mi deseo arruinar la lectura a aquellos que han decidido
acercarse al cuento de Pío Baroja La dama de Urtubi.
miércoles, 4 de enero de 2012
Soledades
Sí,
se llamaba Soledades aquella gimnasta por la que pregunta. Era una atleta
camaleónica, tremendamente versátil, y hubiese sido la mejor en las barras
asimétricas, de eso estoy seguro... Era increíble, tan elegante... Pero nunca
lo pudo demostrar ante el gran público. Un magnate ruso se cruzó en su camino
un año antes del comienzo de los Juegos Olímpicos de Atenas. Una de sus firmas
patrocinaba a nuestro equipo nacional y con ese pretexto exigió conocer a
Soledades. Traté con todas mis fuerzas de abortar esa relación, sin embargo
comprobé la poca atracción que ejerce un entrenador que exige el máximo
sacrificio cada día ante un matrimonio con alguien extremadamente rico.
En realidad no me sorprendió la irrupción de aquel pez gordo,
siempre he sabido que las gimnastas son muy codiciadas por su elasticidad. En
las camas de las mansiones esta cualidad es altamente apreciada. Nuestras
chicas son todas joyas,
patricias de amor¹. Ya sabe usted las posiciones que son capaces de adoptar
sus piernas sin dificultad. Además saben qué es la disciplina, la resistencia y
el sufrimiento… Me gusta imaginar que Soledades se ha convertido en una
inigualable amante. Siempre supo adaptarse con facilidad a cualquier superficie
y su ambición no tenía límites. Me recreo pensando que también dejó en la
estacada a aquel magnate ruso. Soledades irradiaba desparpajo, fuerza y
belleza… Era una de esas chicas nacidas para tocar lo más alto.
(¹: En
cursiva, fragmento extraído de la canción Música
para pastillas de los Redonditos de Ricota.)
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