“Escribo, en
definitiva, porque me distrae, me entretiene, y es una de esas cosas de las que
no me harto nunca: cuesta mucho, pero no decepciona”, esto afirmaba Juan Benet,
singular y atrayente escritor que murió un 5 de enero de 1993, hace hoy, por tanto,
veinte años.
Valgan estas palabras
como homenaje.
Juan Benet, en la construcción de sus novelas,
desplazaba su visión desde la realidad histórica hacia la realidad fingida,
creada a base de palabras primorosamente escogidas. Comprendiendo este punto, es
más sencillo imaginar por qué Benet inventó un espacio para desarrollar su obra
narrativa, Región, es decir, un
territorio de ficción donde disfrutar de la libertad de quien no quería pagar
el tributo que siempre se cobraba la realidad tan condicionada por la dictadura
franquista. Un lugar mítico que, a pesar de estar muy bien descrito en sus
libros, con precisión científica, se podía resumir así: “Una sierra al fondo,
una carretera tortuosa y un monte bajo en primer plano.”
Es Gonzalo Sobejano
quien menciona las conexiones de Región
con los espacios de las obras de
Faulkner y García Márquez. Sin embargo, el lector español es capaz de
reconocerse en la experiencia de los personajes y de reconocer esa geografía. En
otras palabras, la ficción como método de representación más fidedigna de la
realidad: una de las paradojas literarias que Benet supo ver en una España
dominada por el estrecho y unidimensional espejo del denominado ‘realismo
social’.
Juan Benet siempre
consideró a William Faulkner como a uno de sus maestros, y su primera gran
influencia. Según contó en varias ocasiones, con ligeras variaciones, su
encuentro con la literatura de Faulkner ocurrió en una librería de la calle San
Bernardo de Madrid: mientras buscaba en los anaqueles obras de Kafka (ya que la
“Metamorfosis” le había deslumbrado) un
libro cayó al suelo, era “Mientras
agonizo”, y se abrió por una página casi en blanco donde Benet leyó que
Vardaman decía “Mi madre es un pez”. Quedó atraído y se llevó ese volumen a su
casa. Poco tiempo después cayó en sus manos “Santuario”,
que había publicado Espasa-Calpe a siete pesetas, y su admiración creció. Contaba
Benet que llegó a comprar unos cien ejemplares de esa novela puesto que se la
regalaba a todos sus amigos por el afán de compartir semejante descubrimiento.
También reconoce deudas
literarias con Melville, Conrad, Proust y Euclides da Cunha (la lectura de “Los páramos” ejerció una notable
influencia en su prosa). Y con la bebida. Con el whisky, en realidad. Pero no
para obtener una inspiración artificiosa a fuerza de alcohol sino porque era
uno de los elementos imprescindibles, junto al humo de los cigarrillos o los
paseos por la habitación, para poner en funcionamiento la mecánica que requería
para escribir sus textos.
Juan Benet, además, era
ingeniero de caminos y dirigió la construcción de numerosas obras civiles,
principalmente presas, canales y túneles. En un equilibro digno de mención, compatibilizó
esa exigente profesión técnica con la también absorbente escritura.
De sus obras
literarias, destacamos, por supuesto, “Volverás
a Región” (1967), su primera novela, ya que con este libro, Benet abrió una
puerta que proponía caminos literarios alejados del ‘realismo social’ imperante,
llamando la atención de jóvenes escritores como Félix de Azúa, Vicente Molina
Foix y Javier Marías. También sugerimos “Una
meditación” (1970), novela concebida como un discurso ininterrumpido, sin
puntos y aparte; para escribirla, inventó un exclusivo sistema de rodillo donde
podía colocar un rollo de papel continuo. Y no nos podemos olvidar de su novela
más ambiciosa, “Saúl ante Samuel” (1980), fruto de siete años de trabajo, ni de la
que sería su última novela “En la
penumbra” (1989). Asimismo, escribió relatos como los aparecidos en “5 narraciones y 2 fábulas” (1972) y “Sub
rosa” (1973). Y brillantes ensayos,
como se demuestra, por ejemplo, en “La
invención y el estilo” (1966) y, rayando con las memorias, en “Otoño en Madrid hacia 1950” (1987).
Para terminar de trazar
estos breves apuntes sobre el escritor madrileño, sería provechoso transcribir
lo que en su opinión debía decir la Constitución; no hay duda de que Juan Benet
sintetizó la Carta Magna al máximo, subrayando uno de los temas fundamentales
en su literatura:
“Artículo único: el
Estado español garantiza al español el derecho al fracaso.”
Ya lo decía la canción,
“veinte años no es nada”.
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